Hoy
ustedes concluyen un proyecto más en su vida, y no hay nada más satisfactorio
que ver nuestros objetivos realizados, ver en lo que sus actos los han
convertido, porque eso somos, el puñado de nuestros actos y palabras. Siempre
que se logra un proyecto, nos inunda una pregunta: ¿valió la pena? En su caso,
tengo la seguridad de que sí valió la pena, durante su estancia en la
Universidad han logrado desarrollar sus potencialidades de tal forma que ahora
pueden ingresar con cierta autonomía a los diversos niveles de la sociedad. Es
decir, ahora son capaces de afrontar por sí solos los retos de una sociedad
globalizada y así alcanzar sus proyectos personales. Pero la libertad que
ganan, de pensamiento, de acción, implica también asumir su responsabilidad, la
responsabilidad que emana de la consecuencia de sus actos. Este valor es el
gran ausente en el siglo XX. Las acciones de la humanidad se justificaban en
nombre de una causa, de alguna razón de Estado o dogma de valores apriorísticos,
mas no a partir del sujeto, el sujeto como responsable de sí mismo, se transmitía
la responsabilidad de los hechos a entes abstractos. Esto produjo ignominias
humanas donde Don nadie era el culpable, pero ese Don nadie en que se
refugiaban no era sino el hombre, con rostro y apellido. Si algo nos recuerda
Michel Foucault es precisamente asumir la responsabilidad de nuestras
capacidades, nos invita a administrar nuestros actos, la economía del poder, un
homo economicus que interiorice las consecuencias de su vida diaria. En este
caso, ustedes poseen conocimiento, y son los únicos responsables del valor y
las acciones esto conlleve. Sin duda alguna, los valores emanados de su alma
mater, pluralismo, tolerancia, responsabilidad social, entre otros, son un eje
que los ayudará a conducirse con responsabilidad y humanismo en sus labores
profesionales. El reto de ustedes, como profesionistas del siglo XXI, implica
no repetir los errores del siglo pasado y responder a la consecuencia de sus
actos.
La
filosofía humanista de la universidad es el pivote con que ustedes afrontarán
la realidad que ahora los espera. El humanista, dice el gran filólogo Leo
Spitzer, cree en el poder de la mente humana para investigar el alma humana. No
hagamos eco de los discursos sectarios de hoy, con Samuel Huntington y su errónea
idea del choque de las civilizaciones: lo que hace interesante a las culturas y
sus costumbres no es su esencia o su pureza, eso lo sabe el verdadero
humanista, sino su combinación y diversidad, sus contracorrientes, el diálogo y
el debate que ha mantenido con otras civilizaciones. No puede haber un
verdadero humanismo si sólo nos limitamos a la miope exaltación de nuestras
virtudes patrióticas y propias: nuestro lenguaje y monumentos. Como institución,
la Universidad Mesoamericana no se salva de esta ralidad, nuestra tarea es
entablar un diálogo constante y que derive en soluciones, escucharlos siempre. Un hombre sin dimensión pública, sin
intereses impersonales, es un lisiado que termina por ahogarse en la mezquina
noria de un yo que le parece infinito cuando sólo es infinitesimal.
Cada
sociedad inventa y diseña las formas y ritos para considerar si un individuo es
capaz de vivir en comunidad. Por citar sólo un ejemplo, la tribu de los
Machiguengas del Amazonas atan al adolescente a un árbol repleto de termitas, y
si éste resiste tal embate entonces quiere decir que está apto para vivir
dentro del grupo. Esta no es precisamente la forma en que nuestra cultura pone a
prueba la capacidad del individuo para vivir en comunidad, tradicionalmente en
Occidente son el conocimiento y la virtud los valores que forman individuos
aptos para estar en sociedad. Recordemos que a fin de formar buenos ciudadanos,
Platón recomendó que se enseñara música, gimnasia, aritmética y dialéctica.
Quizá hoy en día tales disciplinas nos parecen añosas, sin embargo, el
trasfondo de tal recomendación es que el conocimiento contribuye a la formación
de ciudadanos buenos. En nuestra civilización no es la resistencia física o la
fuerza lo que conforma ciudadanos preparados para formar parte de la sociedad,
por decirlo en palabras clásicas: es el amor al conocimiento. En pocas
palabras, la ceremonia de graduación que hoy se lleva a cabo no es sino el milenario
rito de iniciación que la cultura de Occidente ha diseñado a través de sus años.
En nuestro país, el amor al conocimiento es toda una tradición, nos llega por
doble herencia, azteca y española. Por un lado, el amor a la astronomía de
nuestros antepasados; por otro, a los libros, la exégesis de la escritura. No
en balde Sor Juana Inés de la Cruz, quien a mi parecer es la fundadora de esta
tradición, fundadora en el sentido de fundir nuestra doble herencia, se debate
en su poema mayor, Primero Sueño, entre la revelación de la ciencia y la
revelación de la fe. Ciencia y devoción acompañan desde siempre al pueblo
mexicano.
Muchos de
ustedes se integrarán muy pronto en la realidad social de México y el mundo. En
muchos aspectos, una realidad indignante. Sobran las cifras que muestran la
miseria humana. En primera instancia, no la cambien, observen, traten de
comprender la compleja realidad que nos rodea desde diversas ópticas. En un
segundo momento, cámbienla, el estado de cosas no es para siempre, el hombre es
el único que puede cambiar, así que no estamos condenados.
Esta
independencia que hoy ustedes ganan, más allá de la responsabilidad y el
humanismo que la conduzca, implica que se desprendan de ciertos vínculos
familiares. Y como dice Octavio Paz, todo desprendimiento es doloroso. Sin
embargo, es precisamente esta herida la que los junta más, la que los hace
verse diferentes y por lo mismo los une en el diálogo, no habría otra forma de
dialogar con los otros si no existiese tal diferencia. La distancia entre
padres e hijos se agranda con las diversas experiencias, el mundo del hijo es
profundamente ajeno al de los padres. Es difícil comprender que los hijos son
otros, son otras las historias de vida y serán otros sus sueños y desilusiones.
Es difícil no intervenir en sus actos, sin embargo no existe otra forma para
lograr que realicen sus proyectos personales, que se vuelvan individuos auténticos,
finalmente otros. El vínculo entre padres e hijos no se rompe, cambia, en
palabras de Mounier, ahora les toca a ustedes, graduados, vencer la brecha que
se ha abierto con la madurez de sus padres y la independencia propia, quizá ya
no se trata tanto de cambiar al otro como de acompañarlo. Acompañarse por los días
y sus trabajos-. Es la manera de honrar el esfuerzo con el que sus padres,
también han logrado que ustedes estén hoy aquí.
Estimados
graduados, ustedes seguirán siendo, de otra forma, alumnos de la Universidad
Mesoamericana, estoy cierto que de múltiples maneras ustedes seguirán con
nosotros, también, sé que podrán afrontar con responsabilidad y capacidad los
retos que les ponga la vida. Les deseo el mayor de los éxitos en su desempeño
profesional. Salgan al mundo con este espíritu suyo y no le tengan miedo al
mundo, no le tengan miedo a nada, sólo sientan miedo de tener miedo.