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miércoles, 27 de abril de 2011

Los cuerpos y los siglos: La Soledad - David Huerta


El cuerpo humano encuentra su elemento en la libertad. Un extraordinario y profundo ensayo Los Cuerpos y los Siglos (Elogio del cuerpo mesoamericano, Artes de México, No.69), escrito por el poeta David Huerta, da cuenta, a partir de la representación de los cuerpos heredados por culturas antiguas en piedra o barro, de la importancia del cuerpo a través del tiempo. El cuerpo en su desnudez, en su sacrificio, en su goce y su movimiento. Casi se diría: el cuerpo de siempre. Veamos algunas de las líneas de este texto: 

No hay dioses aún entre este cielo pedregoso y este suelo frágil: sólo un cuerpo humano, solitario y acechante. Hay venas, médulas, huesos, manos, pies, torso, genitales, vello. No hay ni vestiduras ni aperos de labranza, ni armas ni altares. No hay ritos ni ceremonias, y los cuerpos semejantes a éste son simplemente abandonados, cuando dejan de palpitar, sobre la superficie inclemente. 

No importa si es un cuerpo de hombre o de mujer, si es infantil, joven, maduro o viejo; lo que importa es que está vivo. 

El cuerpo es sensible a la luz y a la oscuridad. En la sombra se esconde, ominoso, un amasijo de violencia que toma la forma fluida de un gato apenas entrevisto, un demonio terrible, cuya majestad no ha sido aún codificada. En el resplandor diurno se dibujan los caminos y los territorios. 

La mirada del cuerpo se dirige, simultáneamente, hacia el exterior y hacia sí mismo: busca como si tanteara, la índole de su estar erguido, a la vez que mira con atención su entorno. Observa el mundo circundante y examina sus propios latidos, flujos, armazones, cordajes, redes. 

Representada, la desnudez primitiva se embellece con el destello amplio y protector de la conciencia. Hay un tránsito y una proliferación en la historia no escrito, acaso inescribible, del cuerpo humano: de la soledad vulnerable de la desnudez a la necesaria dualidad del contacto sexual, cuya consecuencia biológica es la multiplicación de la especie. 

Una parte esencial de la totalidad de la existencia está naturalmente en el microcosmos del cuerpo humano. El cuerpo humano es parecido a un campo magnético y a un teatro: llama hacia sí las fuerzas del cosmos pues en él están representadas y activas al mismo tiempo, actuando en todos los sentidos dinámicos de este verbo: actuar. El cuerpo es un actor, es una fuerza irreductible, es un campo de prueba y es a menudo el lugar de las apariciones. Lo es en el sacrificio, en el contacto sexual, en la guerra, lo es en las representaciones sensibles que se hacen de él.


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