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martes, 24 de mayo de 2011

Carta de Fernando Navarro a los Estudiantes de Arquitectura en el Taller de Creatividad en la Escritura


Redactor de El País (España) en la sección Internacional y colaborador del suplemento cultural Babelia y las revistas Rolling Stone, Ruta 66, Ritmos del Mundo y Efe Eme. Crítico musical en el programa Te doy mi palabra de Onda Cero.


    Queridos amigos de Potosí,
    Os escribo desde un Madrid que abraza la primavera en todo su esplendor. El sol, radiante y amigo con tantas horas que regala en esta temporada al día, ensancha el espíritu de cualquiera. Dan ganas de vivir en la calle. Pero, ahora, frente al ordenador, cuando me comunico con vosotros, es de noche. En mi caso, la noche invita a la soledad, y la soledad a la escritura.
Me pide vuestro profesor Alfredo Padilla que os escriba “un mensaje de aliento para continuar con el oficio de la escritura” en vuestro taller de creatividad en la escritura. Reconozco que me da cierto pudor. Quién soy yo para dar consejos cuando el mundo está lleno de buenos, muy buenos y excelentes escritores que dedican sus vidas a escribir, a ilustrar emociones con palabras que se sellan en nuestras almas. Como diría el cartero, yo sólo pasaba por aquí y, bueno, me he animado a recoger el guante y a responder a la carta de Alfredo.
Temo decepcionar, pero es verdad: realmente no tengo ni idea por qué escribo. Sólo sé que escribo. Tal vez, es insatisfacción con la vida, que no me da todas las respuestas a mis preguntas y me encamino a por ellas por mi propio sendero. Tal vez, es simple verborrea y necesito poner palabras allí dónde no las hay. O tal vez, es dejar constancia de que estoy en este mundo, que pasa deprisa, sin detenerse, y entonces pongo señales con textos para recordar que una vez estuve ahí. No lo sé. Sólo sé que escribo.
Si os sirve de ayuda, os confieso que cuando escribo no me pongo barreras. No tiene sentido. La primera barrera que quito es la del lector. ¿Qué pensará de mí? ¿Le gustará si escribo así o asá? El lector no es uno, ni es uniforme, ni está para juzgar lo que ni siquiera todavía tú has encontrado en tu interior. No le preguntes a él. Antes de escribir, y mientras escribo, el lector no existe. El lector eres tú que escribes para ser algo con esas palabras. Cuando me reconozco en lo que escrito, es cuando tiene sentido. Luego, Dios, o Cervantes, dirán.
Cuando escribo también intento que nadie predisponga mi escritura. La creatividad está en cada uno de nosotros. Al principio, siempre andamos marcados por el estilo de otros. ¿Cómo escribirían este párrafo Saramago o García Márquez? No lo sabes. Sencillamente, lo escribirían ellos. Tú sólo puedes escribir el tuyo y tiene que ser tuyo. Di lo que tienes que decir por encima de todas las cosas. Espera, busca, rebusca, desespérate si es necesario, pero di lo que tienes que decir. A veces, parece imposible, otras en cambio surge de inmediato, como si estuvieras bendecido por los dioses. El fin siempre es igual de fascinante. Porque cuando pisas tierra firme, pones palabras a tus sentimientos, la sensación es indescriptible. Sabes que has llegado, y ya da igual que funcione o no en el mundo exterior. Es tuyo como los sueños, y el mero hecho de escribirlo es igual que soñar despierto. Apasionado de la música como soy, acudo a ella a menudo para inspirarme y entre sus creadores encuentro grandes anclas. Por ejemplo, en sus memorias, Bob Dylan decía que “las canciones son como sueños que debes luchar por hacer realidad”. Y así lo siento. Con su ritmo y sus letras, nuestros textos son también canciones y, por tanto, son sueños. Y hay que luchar por hacerlos realidad.
No sé cuál es la fórmula perfecta para hacerlo. Si la hubiera, como la de la Coca-Cola, imagino que estará escondida en el bosque encantado, en alguna callejuela de Macondo o entre las páginas de uno de los libros de la biblioteca de Babel que nos descubrió Borges. Allí, imagino que es dónde tendremos que ir a buscarla. Mientras escribo, sólo espero encontrarla. No me veo haciendo otra cosa. Y vosotros en este taller, o en casa, no os veáis haciendo otra cosa si es lo que os gusta, si es lo que necesitáis.
Recordar vuestra infancia en el campo en una tarde de verano, revivir el aroma lejano de tu madre, descubrir vuestros miedos a la luz de una lámpara, poner nombre a vuestros anhelos robándole horas al sueño o pasear en soledad frente a un papel en blanco, todo, absolutamente todo, creo, de corazón, que puede serviros para ser lo que queréis ser en este frustrante pero mágico oficio de la escritura.
Con todo mi cariño y mis mejores deseos.

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